En el 2004 la BBC sacó al aire una serie de seis entrevistas sobre ateísmo. El documental se tituló “The atheist tapes” (Las cintas ateas) y fue presentado por Jonathan Miller.
En una de las entrevistas, el filósofo estadounidense Daniel Dennett explica el título de su libro “Darwin´s dangerous idea” (La peligrosa idea de Darwin). De hecho, muchos de los contemporáneos de Darwin consideraron la teoría de la evolución como peligrosa. En su entrevista, Dennett hace frente a la cuestión de la conciencia y se pregunta si la conciencia o alma es algo distinto del cuerpo. Dentro de este contexto, habla sobre el rechazo de Darwin de la noción del alma y los posibles orígenes y efectos psicológicos de la creencia en un alma inmaterial y eterna.
“La teoría de la evolución es fácil de entender y eso es justamente lo que la convierte en una idea tan subversiva” afirma Dennett. A diferencia de otros grandes avances científicos, por ejemplo Newton o Einstein, la teoría de Darwin no tiene mucho misterio. La idea básica es que existe variación dentro de una población, lo cual hace que inevitablemente unos sean mejores que otros. Los más fuertes van a tener más descendencia que los menos favorecidos y los hijos se van a parecer a sus padres.
Gran parte del escepticismo alrededor de la teoría de Darwin surge del hecho de que existe demasiada complejidad en la naturaleza y que una explicación tan sencilla no bastaría. Incluso cincuenta años después de la publicación del “Origen de las especies” en 1859, no existió la suficiente información para confirmar las ideas del científico británico. A pesar de esto, su teoría no fue recibida como una locura sin fundamento sino que inmediatamente se reconoció en ella un alto grado de peligrosidad.
El peligro inicial
A pesar de los grandes esfuerzos de Darwin por sacar al ser humano de su línea de pensamiento, las implicaciones eran demasiado evidentes. Darwin no estaba solo hablando de pajaritos y abejas, él estaba hablando de nosotros, de nuestras mentes, nuestra conciencia, nuestro alma.
Todo, si Darwin tenía razón, era mecánico, ciego y sin objetivo trascendental. Este es justamente el gran punto de inflexión: antes de Darwin la idea dominante era que había algo parecido a una fuerza vital o un alma que era completamente distinta de la materia y que de alguna manera informaba, controlaba, guiaba procesos creativos, de pensamiento y acciones morales. Este argumento de control de arriba hacia abajo de la moralidad era muy posible antes de Darwin. Pero después de Darwin, mucha gente contempló la posibilidad de que el alma podría ser reemplazada por un proceso más mecánico. Y esa es una idea muy amenazante.
Miller pregunta a Dennett si el desarrollo de la infidelidad, del ateísmo o de la falta de creencia tuvo que ver con Darwin. Dennett responde que Darwin rompió con el paradigma porque antes del “Origen de las especies” realmente no existía una buena respuesta alternativa a la pregunta de cómo llegó todo esto a existir. Antes, la única respuesta posible se basaba en la idea de un acto divino de creación.
El Creador inteligente
Eso es lo que William Paley, el más importante representante del argumento del diseño inteligente, había dicho en su clásico “Natural theology” (Teología natural) escrito en 1802. Paley desarrolla un argumento que se construye en torno a una serie de ejemplos que incluyen el encuentro con las piezas dispersas de un reloj, la comparación del ojo con un telescopio, y la existencia de estructuras mecánicas finamente adaptados en los animales, como las articulaciones que funcionan como bisagras.
Todos estos ejemplos conducen a la deducción de la existencia de un Creador inteligente, según Paley. Su argumento es muy poderoso y reta a cualquier filósofo a construir una respuesta alternativa. Darwin enfrentó directamente a este argumento: si bien existen diseños fantásticos en la naturaleza, la selección natural permite explicar el diseño sin acudir a un diseñador.
Pero todavía quedan algunas dudas, Miller propone a Dennett que sigue siendo muy difícil manejar la relación entre mentes y cerebros. Filósofos como Descartes insistieron en que la mente y el cerebro eran algo fundamentalmente distinto. De alguna manera la mente o el alma, como se prefiera llamarla, goza de una existencia inmaterial. De hecho, Dennett ha escrito mucho al respecto: el problema de la conciencia.
El caso de la mente humana
¿Por qué Descartes pudo mantener el alma inmaterial mientras que Darwin sintió que era imposible mantener este santuario? Una pregunta muy interesante porque Alfred Wallace, co descubridor de la selección natural, si mantuvo este santuario.
El argumento de Wallace es paralelo al pensamiento cartesiano. Wallace defendió que la selección natural involucraba todos los procesos hasta llegar al problema de la mente y ahí trazó una clara línea, exactamente donde Descartes la habría trazado. Hay que hacer una excepción para la mente humana.
Consternado por esta actitud, Darwin le escribió una famosa carta a Wallace en 1869 (Darwin 1869, 27 Mar) donde espera que no haya matado por completo al hijo que comparten (la selección natural), refiriéndose a la teoría que ambos habían formulado. Para Darwin era claro que el “alto cartesiano”, esa línea fundamental, no se podía defender; simplemente porque somos primates, somos mamíferos. La continuidad de la naturaleza no iba a permitir a una especie sobre el planeta tener sustancias milagrosas en su cerebro, mientras todo el resto no las tenía.
“Si tenemos un alma”, concluye Dennett, “pero es mecánica”. Hace el trabajo que el alma debería hacer: es la cuna de la razón y de la responsabilidad moral. Es el motivo por el que somos sujetos de castigo cuando hacemos actos malvados, es el motivo por el que nos merecemos alabanza cuando actuamos correctamente; pero no es un misterioso e inentendible conjunto de milagros que vivirá más allá de nosotros.
La inmortalidad: esa es justamente la inagotable atracción de la idea de un alma. ¿Cómo consolar a un niño que ha perdido a sus padres? se pregunta Dennett. La idea de un alma que sigue viviendo y que sigue presente es inevitable. Se necesita una persona muy fuerte para no recurrir a esa explicación frente a la muerte. La noción de un alma inmaterial e indestructible viene probablemente del hecho de que el objetivo de nuestro cerebro es proyectarnos al futuro. Todas esas anticipaciones nos construyen tal cual somos. Conocemos las trayectorias anticipadas de la gente que nos rodea y tenemos nuestras propias anticipaciones de sus trayectorias. Tenemos esperanzas para nuestros hijos y miedos para nuestros amigos cuando van a hacer cosas peligrosas.
Esta actividad de previsión del sistema nervioso no se puede apagar y, cuando alguien muere, todos esos proyectos quedan truncos y es muy difícil descartarlos. Lo más natural del mundo, entonces, es seguir pensando en ellos: pensar “si todavía estuviera aquí estaría diciendo esto, o pensando esto”. Y es un paso muy pequeño pasar de ahí a decir: “pero bueno, si esta aquí, no aquí aquí.. pero aquí”.
En un final, Miller se pregunta ¿cómo vivir con la noción de la mecanización de la naturaleza? ¿con qué nos quedamos como personas si efectivamente somos productos de un sistema mecánica y ciego?
Dennett responde que nos quedamos casi exactamente donde hemos estado siempre, simplemente tenemos una visión más clara de la maquinaria de nuestra conciencia. Lo que pensábamos que nuestras almas hacían, o estaban pensadas para hacer: amar, decidir, hacer y romper promesas; todo eso continúa. Nuestras aspiraciones morales quedan intactas, nuestra capacidad de amar u odiar son las mismas que antes.